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13/12/10

CUVO



El arte está allí, donde tú estás.
Robert Filliou

Ellos son CUVO: Lydia Lunch-Esther Planas-Sonia Gómez-Pere Faura-Miguel Noguera-Anamor-Ramón Guimaraes-Christian Schärmer. Su show.
Esta gente viene de BCN e incuva en Madrid.
Concretamente, en el café-teatro Naves del Español del Matadero de Legazpi.
Al sudeste del distrito Latina, donde hasta no hace mucho las vacas se convertían en comida. Hoy es un centro de arte contemporáneo. La sangre se renueva y cede su líquido espacio a la sofisticación de las nuevas tecnologías y la pana -por supuesto roja, e impoluta- de unas banquetas de bar. De la atmósfera, igualmentre roja. Del hule en lonjas que apartan las manos de los visitantes para que se cuelen, sin permiso, los espíritus de los viejos matarifes. Lonjas rociadas con polvo de huesos.
Me encanta lo modificación del espacio. Que conserve su nombre lo hace todavía más estimulante: M-A-T-A-D-E-R-O. Esto acredita la ilusión, pero la rompe y la recontextualiza para demostrar que lo es. Todo es imago-mundi, parte de una narración que podría cambiar en cualquier momento. Que está cambiando a cada momento. Mediaticemos la performance vital, vayamos a verla.
Como decía: CUVO. Pues eso, las seis caras de un objeto narrativo en 3D.


Lydia Lunch, sujeto gestual de difícil definición (hoy en día no tanto, se la repite siempre que se puede), nos arroja a la cara los fantasmas de la Guerra Civil y se retira haciendo un fuckyou mental de madre que ha acabado de reñirle a los niños. Reconozco haberme quedado por ella. Para ver al monstruo. A ver qué tal la judía arrabalera de Rochester, NY, que tanto me enervó cuando leí Paradoxia. Ella me saca el costado groupi, la parte canalla. Dispuesta a dejarme coser a escupitajos verbales aunque no entendiera ni jota, pensé que la traducirían: pues no. Sólo una parte, y por orden de la diva. O eso fue lo que me dijeron. Igual mucho no importó: los ecupitajos llegaban con rab//.ia modulada. Lydia se recarga en la punta del pie como si quisiera arrojarse sobre el público, luego se retrae, se arroja y vuelve a retraerse sobre el talón. Está militarizada contra todo lo que merece estarlo, y en la faena ruedan cabezas. La suya ya ha rodado, ahora quedan las nuestras. Y nada, miradla. No voy a seguir interviniendo su realidad sólo porque me gusta. No sería justa con ella.

Anamor nos presenta un serialkiller que es además presentador de televisión haciendo psicoterapia desde su cárcel y bastión: E-L M-A-T-A-D-E-R-O. Síntesis: bueno, pero ya visto. Grande su voz.

Miguel Noguera nos cuenta la paradoja de unos ladrones que te roban al salir del Zara con unos pantalones nuevos dentro de una bolsa [la historia está bien para alguien que nunca ha vivido en Latinoamérica], ¿y que se encuentran dentro?, pues dos muñequitos idénticos a ellos. Aunque parezca un cómico, Noguera nos intoduce en la tragedia en un pis pas. Debe ser trágico, digo yo, eso de verse a si mismo en el objeto robado. Ser el objeto robado. Y no sólo serlo, sino que te lo unten por el alma como una broma de mal gusto. Para pensárselo.

Sonia Gómez se quita los parches y se desnuda de arriba abajo, baila, se contorsiona y nos ofrece su eau de chichi sin acción (suponemos) desencadenante. Síntesis: ya visto, aunque recomendable para caballeros y damas sáficas. Un espectáculo donde el concepto queda relegado a la estética de un cuerpo de mujer que baila alumbrado por una -gran, gran- linterna. Muy cool, como pone en el programa; y por lo tanto snob. No lo critico, me parece bello, aunque quizá me haya hecho falta un concepto más original. Ya sabemos que conviene ejercitar veinte veces al día el pubocoxígeo y que el movimiento es similar al de un anélido. En cuanto a la expo-chichi: ya lo hizo Valie Export en Pánico genital, Viena, 1969; y se desnudaba más, porque todo lo que descubría era su chichi. La actitud de Gómez, no obstante, es la de una fémina íbera [ella diría catalana quizá, aunque para mí, que sólo llevo una pubertad en este país, será íbera]. Demasiada coquetería estropea el concepto (en caso de que lo haya) y esta entrega lleva ya como menos unos cincuenta años en cartel.

Esto se corresponde con Pere Faura, su versión yan. Y cuando decimos yan, es que es extremadamente yan. Rotundamente yan y a propósito, porque no hay en él otra intención que dar por saco a la militarización cultural de los extremos. Así, Faura se prepara en el plateau con un fondo de marcha militar: izquierda-derecha-izquierda derecha izquierda. Le vemos tomar el aire y llevarse un aro de gimnasia a la cintura. Aquí el asunto es resistir. Pero no resisitr por resistir, sino follar para resistir. Serán 15 minutos sobre el escenario follando a toda hostia al rítmo de un improbable Vivaldi + pareja gay resistiendo. Casi al final vemos que a Faura le falta nada más subirse al tinglado y follarse lo techos del Matadero. Como decía, el asunto es resistir. Demostrar que... ¿demostrar qué? Mostrar un show. El gran show. La competición contra sí. La com-penetración en sí, no importa quién sea el partenaire, con el yo como único público del gimnasta sexual al que no le importa si hay voyeurs, porque aquí lo único importante es follar. No importa con quién y contra quién…
follar
follar
follar
follar
follar
hasta la autoaniquilación.
Faura lo consigue: dan ganas de subirse al plateau, darle una palmadita y decirle venga, chico, déjalo ya que lo hemos comprendido.
Sin embargo no ha terminado. No, porque aún falta la pluma, la bandera bicolor rojo-amarillo, el broche de oro que corona el orgasmo y le da sentido a esa lucha cuerpo contra cuerpo, que la rubrica, inscribe y define como mito que hay que sostener, y por lo tanto romper. Síntesis: valiente. Y me armo un pitillo.

Esther Planas hace reverberar los últimos 5o años de historia entre una cuerda de guitarra y un tubito de metal. Casi ni se mueve. Se desplaza, suponemos, entre BCN y Londres con el tubito, la guitarra y el cuvo hacedor de atmósferas en el baúl de su coche. La chica da ese aspecto. Es humilde y sigilosa. ¿O será el cuvo un colector de huesos? Viendo las imágenes que salen al fondo da que pensar. Al oirla pienso en Sonic Youth -Evol- luego me entero de que ha colaborado con ellos. Sabemos cómo es esto: psicotrópico. Síntesis: muy visto también, y por momentos estremecedor.

Cada uno de ellos es presentado por Ramón Guimaraes, que máscara en cabeza y plataformas de drag-queen luctuosa, nos revela al guiñol. Queda demostrada la obcenidad de la máscara. Su revelación nunca fortuita.


Aplausos.
Voy a por los créditos: ¿dónde puedo conseguir el texto de Lydia?, le pregunto al curador. Es parte de su libro Arenal. Muy majo, el tío me deja su tarjeta. Allá vamos.


¿Cuánto tardarías en andar hasta morir?
¿Te dispararías en la mano para beber tu propia sangre
si te vieras abandonado en un infinito arenal en el que el único vestigio de vida
fuera lo que queda de ti?

Escapar es esencial.
Huyo para evitar la captura
para esquivar el castigo mientras pueda
me esfuerzo en calcular las millas de distancia
que separan el pasado del futuro
un intento fútil de manipular el tiempo
que pasaré, para siempre varada, en un limbo permanente.

La libertad es un solitario estado de gracia
un oasis que refulge en algún lugar en el horizonte crepuscular
donde las cadenas que traban han sido voladas en mil pedazos
acribilladas por el cañón de una metralleta.

Pero, ¿quién es libre de verdad
si uno no puede zafarse de su propia sombra
si no puede extinguir sus más desabridas fantasías o sus delirios más brutales?

Un teatro para insomnes, de estados de ensueño y pesadilla.
hechizado por un ejército de espectros errantes y enemigos invisibles
que acechan y arruinan todo cuanto encuentran a su paso.

El desierto le habla al fugitivo que hay en mí.
un pistolero impío. Aislado. Solitario.
un infierno crepuscular que yo misma he creado. Eternamente al acecho.
una aparición misteriosa que anhela con ardor
arrasar con todo y a todos.

Un holocausto individual de destrucción infinita.
que no torna rojo sangre el paisaje
sino que lo pinta de siena quemado: una pátina que evoca
la ausencia de color, la ausencia de vida.
la cáscara desocupada del hueco eterno

Un infecundo panorama expoliado de vida.
Plañe de desolación, el desierto y la muerte.
Un hombre, un asesino, él solo. Encarcelado en su pensamiento.
Acosado igual que por una plaga de langostas, un fragor aletargador,
un profundo rumor subterráneo.

Toda una vida de secretos infames murmurando para siempre jamás, justo
donde el oído ya no llega.

Yo soy ese hombre. Esa artimaña, la perdición. Estoy hecho pedazos.
Un magnífico desastre. Un espejismo situado muy al sur de donde no hay norte.
En esa tentadora envoltura de vientos del diablo
si apareciera ante ti tal como soy de verdad
no me podrías ver
porque habría dejado de existir
ne habría desvanecido.
Evaporado.
Sería polvo otra vez.
Y esparcido en alguna orilla desierta.

Este campo de batalla en el que me enfrento a mí mismo.
Contra recuerdos míos y reproches suyos
mi brutalidad y su otro yo vacío
de este asedio no deriva un reposo desigual
no hay sosiego. Sólo descanso impuro en el cual me estremezco.
Prisionero de lo baladí, de la insidia, de la agresión.
Exhausto y entumecido.
Despertando una y otra vez
para que el sol me colme de llagas
para que la arena me consuma
y abandonado en la batalla contra mi sombra.

¿Cuánto tardarías en andar hasta morir?
¿Te dispararías en la mano para beber tu propia sangre
si te vieras abandonado en un infinito arenal en el que el único vestigio de vida
fuera lo que queda de ti?

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