La imagen llega sin intermediarios verbales, produce un impacto -o indiferencia-, es un camino sin atajos.
Hace años pintaba monstruos. De esos que sanean y exoneran la parte sumergida del glaciar. Al verles, algunos se quedaban perturbados. Empecé a pensar que podría haberme dedicado a fabricar espejos.
Luego hubo símbolos, arquitecturas en suspensión y ábsides incrustados en la segunda dimensión del papel. Los psicólogos, los descifradores de signos, y también algún prosélito inconfeso de la masonería de manual, se devanaban los sesos bautizando, clasificando y decodificando mis raros planetas pictogramados con nombres de culturas legendarias.
Lo que digo no es que sea del todo verdad, pero se parece mucho a la verdad.
Cuando tuve a mis hijos colgados bajo un foco que les alumbró para celebrar su parálisis contra una pared -iluminados pero terribles-, les bajé con mis dos manos y les mandé a jugar.
Jugad, pequeños. Jugad dentro de mí hasta que vuelva a parirme y podais renacer en la boca de otro.
Jugad, pequeños. Jugad dentro de mí hasta que vuelva a parirme y podais renacer en la boca de otro.
Entretanto, hubo tanto monstruo real que ya no tuve que volver a pintarlos. Nunca más se me pasaría por la cabeza la idea de fabricar espejos.
No he vuelto a pensar en colgar a mis hijos bajo la luz de un foco. No los quiero quietos. No los quiero célebres. No los quiero apuntados en una escuela para ciegos, porque no quiero para ellos una mirada quirúrjica.
No sé bien lo que quiero para ellos, pero sé muy bien lo que no quiero.
Sin embargo, hay quienes todavía los prefieren colgados y monstruosos, así pueden reflejarse y hacerme dudar entre dejar de parir o dedicarme a fabricar espejos.
Mi ambición muere amorosamente entre los brazos del silencio, con la punta del pincel sobre un pétalo.
Y creedme que para mí, eso es todo un arte.
No sé bien lo que quiero para ellos, pero sé muy bien lo que no quiero.
Sin embargo, hay quienes todavía los prefieren colgados y monstruosos, así pueden reflejarse y hacerme dudar entre dejar de parir o dedicarme a fabricar espejos.
Mi ambición muere amorosamente entre los brazos del silencio, con la punta del pincel sobre un pétalo.
Y creedme que para mí, eso es todo un arte.