20/9/10

Sobre la construcción de un mito: Lautréamont

Acerca de Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont y patrón -para algunos- de los malditos y obviamente de los góticos, se ha escrito de todo. La mayor parte inventado, ya que poco se sabe sobre Isidore, y tanto, que hoy día lo que parece quedar de él es la escuálida osamenta del mito. Leyendo el jugoso estudio del eminente psiquiatra argentino Enrique Pichon Rivière, pienso en el proceso de construcción de un mito y en la  -para algunos nada desdeñable- figura del escritor como personaje. El análisis que hace Pichon es tan sagaz que llega a desactivar el mito del conde "del otro monte"  poniendo en entredicho, desde lo social y político, tanto la supuesta locura del poeta como la salud mental de algún biógrafo. Abajo, el artículo:

Toda investigación, sobre la vida del Conde de Lautréamont se vio siempre dificultada por factores externos, fortuitos y sobre todo por factores internos, existentes en aquéllos que se ocupaban de él. La angustia que condiciona esta situación estaba ligada a los aspectos siniestros de su vida y de su obra. El mismo Lautréamont advierte al decir en el primero de sus poemas: “Plegue al cielo que el lector, envalentonado y sintiéndose feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje, a través de los pantanos desolados de estas páginas sombrías y llenas de veneno; porque de no emplear en su lectura una lógica rigurosa y una tensión de espíritu igual por lo menos a su desconfianza, las emanaciones mortíferas de este libro empaparán su alma como el agua empapa el azúcar. No es conveniente que todo el mundo lea las páginas que van a continuación; sólo algunos saborearán este fruto amargo sin peligro. En consecuencia, alma tímida, antes de internarte más en semejantes páramos inexplorados dirige tus talones hacia atrás y no hacia adelante”. Pero sin embargo la mayor responsabilidad de este rechazo del caso Lautréamont recae sobre sus primeros críticos: León Bloy y Remy de Gourmont. Ellos espantaron a los lectores y sin duda influyeron también en el ánimo de los familiares en el sentido de hacer desaparecer todo rastro del poeta. Alrededor de Lautréamont se creó una atmósfera de terror, de espanto, y su influencia satánica parece haberse ejercido sobre algunos que se interesaron por su obra, ya que enloquecieron o se suicidaron. El aspecto fantasmal fue reforzado de este modo. Isidoro Ducasse que usó el seudónimo de Conde de Lautréamont nació en Montevideo en el año 1846, vivió además en Tarbes y en Pau, pasó por Buenos Aires, estuvo en Córdoba y murió a los 24 años en París, en el año 1870. Escribió unos poemas en prosa, “Los Cantos de Maldoror”, y el prólogo a unas poesías. Recordemos que Mallarmé nació en el año 1842, Verlaine en 1844, Corbiere en 1845, Lautréamont en 1846 y Rimbaud el más joven de este grupo en 1854. Lautréamont publicó sus Cantos en el año 1868, es decir cinco años después que Rimbaud publicara “Una temporada en el infierno”.

El grupo perteneciente a la generación de 1914 tomó a Lautréamont por estandarte, así nació el movimiento surrealista que descartando primero a Baudelaire y luego a Rimbaud –dice Marcel Raymond– prefirió por gusto del escándalo y para decepcionar las admiraciones burguesas, un Lautréamont genial y mitológico al cual presentó como un arcángel enfurecido, lanzando blasfemias en una noche apocalíptica. Situado Lautréamont en el tiempo y en la historia de la literatura, trataré de mostrar por qué su existencia fue reprimida por su medio y cómo poco a poco, merced a la labor de muchos, tal como un psicoanalista va venciendo las resistencias del enfermo, se pudo traer a la conciencia de esta época algo de este material previamente reprimido.


Y tal como sucede en las neurosis, lo reprimido tiende a volver a la conciencia en forma disfrazada, como sucede por ejemplo, en las fantasías, los mitos y las leyendas. Así surgió la leyenda lautreamoniana.

León Bloy fue el primero en descubrir al Conde de Lautréamont en el año 1890 es decir veinte años después de su muerte. Este verdugo de la literatura contemporánea –como lo llamaba un crítico de la época– juzgó a Lautréamont de esta manera: “Considero como un signo de este tiempo la reciente intromisión en Francia de un libro monstruoso, casi desconocido, “Los Cantos de Maldoror”, obra totalmente sin analogía y probablemente llamada a tener resonancia”. Dice que el autor murió en un manicomio y es ésta su única información. Duda de que la palabra monstruoso sea suficiente para calificar la obra. Recuerda –dice– a un espantoso polimorfo submarino a quien una tempestad sorprendente hubiera arrojado a la ribera después de haber zamarreado el fondo del océano. La blasfemia es la obsesión permanente de Lautréamont.

“El signo incontestable del gran poeta –continúa Bloy– es la inconsciencia profética, la turbadora facultad de proferir sobre los hombres y el tiempo palabras inauditas cuyo contenido ignora él mismo. Esta es la misteriosa estampilla del Espíritu Santo sobre las fuentes sagradas o profanas. Por ridículo que pueda ser hoy descubrir un gran poeta, y descubrirlo en una casa de locos, debo declarar –dice Bloy– en conciencia, que estoy seguro de haber realizado el hallazgo”.

León Bloy, el hombre que decapita por mandato de la ley –como dice un crítico– es el voluntario verdugo moral de esta generación; más que todo es un Monje de la Santa Inquisición. Su juicio decidió el porvenir literario de Lautréamont, pero sólo el porvenir inmediato y obró como conciencia moral de su época, como elemento represor, Lautréamont es un genio, pero es un genio loco, hay que tener cuidado de él.

Podría explicarse justamente por este hecho, la influencia posterior de Lautréamont, como todo elemento reprimido, no perdió su fuerza por el hecho de ser inconsciente para sus contemporáneos, sino por el contrario, desde allí pujó por salir y expresarse de alguna manera. El surrealismo es, a mi entender, la consecuencia de esta situación. Y la prueba de la trascendencia inconsciente de Lautréamont.

El primero en darnos referencias verdaderas sobre la vida de Conde de Lautréamont fue L. Genonceaux, editor de la primera edición librada a la venta en 1890. Dice que en el transcurso del año 1869 el Conde terminaba los preparativos para la salida de su libro y que cuando éste iba a ser entregado, el editor Lacroix que era víctima constante de las persecuciones del Imperio, suspendió la venta a causa de las violencias del estilo que hacían peligrosa la publicación. El poeta mismo en una de las cartas que envió a su editor había dicho: “He hecho publicar una obra de poesías en lo de Lacroix. Pero una vez que fue impresa, él se rehusó a hacerla aparecer porque la vida estaba allí pintada bajo colores muy amargos y él temía al Procurador General”. Bajo la permanente insistencia del editor, Lautréamont hizo algunas modificaciones en el primero de los Cantos parece ser que posteriormente también en los demás; pero en 1870 estalló la guerra –dice Genonceaux– y el autor murió bruscamente habiendo ejecutado sólo una parte de las revisiones que había consentido hacer. La edición preparada por el mismo Lautréamont quedó enterrada en los sótanos de un librero belga quien tímidamente, cuatro años después, es decir en 1874, hizo encuadernar algunos ejemplares con un título y unas indicaciones anónimas. Sólo algunos hombres de letras conocieron esos primeros ejemplares motivo por el cual Genonceaux se decidió a hacer una reimpresión en el año 1890.

El propósito del editor al publicar el prólogo es –según dice– destruir una leyenda tejida alrededor del Conde de Lautréamont y que tendía a demostrar que se trataba de un alienado. Allí apunta, sobre todo, el juicio de León Bloy. Los datos biográficos proporcionados son de que el verdadero nombre del poeta es Isidoro Ducasse, que nació en Montevideo el 4 de abril de 1850 –esta fecha es errónea, pues nació en 1846– y que su manuscrito fue remitido a la imprenta en 1868 pudiendo sostenerse que la completa terminación de los Cantos data de 1867. Lautréamont tenía entonces 21 años.

Genonceaux suministra datos sobre la fecha de la muerte, 24 de noviembre de 1870, a las 8 de la mañana, en su domicilio de la Rue du Faubourg Montmartre Nº 7. Fue enterrado en una concesión temporaria del Cementerio del Norte el 25 de noviembre de 1870, de donde fue exhumado el 20 de noviembre de 1871 para ser enterrado de nuevo en otra concesión temporaria, lugar que fue tomado tiempo después por la ciudad, ignorándose el paradero de los restos del poeta. Genonceaux trató de hacer investigaciones sobre la vida de Isidoro Ducasse y relata las múltiples dificultades que tuvo, entre otras, con la Prefectura de la Policía para obtener alguna información. Las que pudo obtener fueron que Isidoro había ido a París con el objeto de seguir los cursos de la Escuela Politécnica o la Escuela de Minas. En 1867 ocupaba una pieza en un hotel situado en la calle de Notre Dame de la Victoire Nº 23, y que vivía allí desde su llegada de América. Aquí encontramos la primera descripción del Conde de Lautréamont; según ésta, era un joven alto, moreno, imberbe, nervioso, ordenado y trabajador. Se cuenta que sólo escribía de noche, sentado al piano; declamaba y construía sus frases acompañando su prosopopeya con acordes. Este método de composición causaba a la vez la desesperación de sus vecinos que al despertarse sobresaltados –dice Genonceaux– no podían dudar de que un extraño músico del verbo, un raro sinfonista de la frase, buscaba, golpeando el teclado, los ritmos de su orquestación literaria.

Otros datos que encontramos aquí es de que la familia del Conde era de origen francés, que su padre era Canciller de la Legación francesa en Montevideo, que la familia era pudiente y que estaba en relación con un banquero de París llamado Darasse, encargado de entregar mensualmente a Isidoro una pensión.

Un año después, en 1891, Remy de Gourmont vuelve a insistir sobre la presunta alienación del Conde de Lautréamont. Lo define como un joven de una originalidad furiosa e inesperada, un genio enfermo y más aún como un genio loco. Nada se sabe, continúa Gourmont, de su corta vida, parece no haber tenido relaciones en el mundo literario y los numerosos amigos citados en sus dedicatorias llevan nombres que permanecen ocultos. Si los alienistas hubieran estudiado este libro –dice-– habrían designado a Lautréamont como un loco perseguido y ambicioso que sólo ve en el mundo a sí mismo y a Dios, pero Dios le estorba. Hasta entonces Lautréamont era desconocido en América y fue Rubén Darío, en 1893, el encargado de hacerlo conocer. Lo incluye entre sus “raros” junto con Verlaine, Leconte de Lisle, Villiers de L‘isle Adam, León Bloy, Richepin, Moreas, etc. Conoció Darío la obra del Conde de Lautréamont a través de León Bloy, y en Montevideo mismo, escribe que posiblemente el Conde de Lautréamont sea sólo un seudónimo, dudando incluso de que fuera montevideano. “Vivió desventurado y murió loco, escribió un libro que es único, si no existiera la prosa de Rimbaud: un libro diabólico y extraño, burlón y aullante, cruel y penoso, un libro en que se oyen a un mismo tiempo los gemidos del dolor y los siniestros cascabeles de la locura”.

Rubén Darío tradujo, además, uno de los Cantos de Maldoror y, sin duda alguna, Leopoldo Lugones influido por esta lectura, compone entre los 20 y 22 años, es decir, en 1897, su poema titulado Metempsicosis. De esta manera el Conde de Lautréamont se filtra en la literatura americana. Años después Leopoldo Lugones pone voluntariamente fin a su vida.

Hace 25 años, Ramón Gómez de la Serna inventó la más bella y exacta imagen del Conde Lautréamont. A él debemos también el juicio más atinado sobre la presunta locura de Isidoro. “Lautréamont –dice– es el único hombre que ha sobrepasado la locura. Todos nosotros no estamos locos, pero podemos estarlo. Él, con este libro se sustrajo a esa posibilidad, la rebasó”.


Este juicio tan acertado de Ramón Gómez de la Serna puede ser perfectamente apoyado por la interpretación psicoanalítica de la obra. De no haber escrito los Cantos de Maldoror que estaban en él, hubiera enloquecido sin duda alguna; intentó por medio de la creación poética un proceso de autocuración, pero sus fantasías lo espantaron y finalmente cayó víctima de su propia condenación.

La investigación sobre su vida, avanzó con increíble lentitud. Sobre el lugar de su nacimiento nos informa el propio Conde de Lautréamont en los Cantos de Maldoror, cuando dice: “El final del siglo XIX verá su poeta, ha nacido en las costas americanas, en la desembocadura del Plata, allí donde dos pueblos rivales en otro tiempo –se refiere sin duda a la guerra grande– se esfuerzan actualmente en superarse por medio del progreso moral y material, Buenos Aires, la reina del Sur y Montevideo la coqueta, se tienden una mano amiga a través de las aguas argentinas del gran estuario”.


En otra parte insiste sobre esto al decir: “No es el espíritu de Dios el que pasa; no es sino el suspiro agudo de la prostitución unido a los gemidos graves del montevideano. Niños, soy yo quien os lo dice. Entonces, llenos de misericordia, arrodillaos y que los hombres más numerosos que los piojos recen largas oraciones”.


Dos montevideanos, Gervasio y Álvaro Guillot Muñoz dan en el año 1924 el paso más decisivo en la búsqueda biográfica del Conde de Lautréamont al descubrir en los archivos de la Catedral de Montevideo el acta de bautismo. El 15 de noviembre de 1847 fue bautizado Isidoro Luciano que había nacido el 4 de abril de 1846, era hijo legítimo de Francisco Ducasse y de Celestine Jaquette Davezac (1), nacidos ambos en Francia. Los padrinos de Isidoro fueron Bernardo Luciano Ducasse, tío de Isidoro, representado por Eugenio Baudry y la madrina Eulalia Baudry. En diciembre del mismo año, los Guillot Muñoz encuentran en los archivos de la Embajada de Francia en Montevideo, el acta de nacimiento. Había nacido, como ya dije, el 4 de abril de 1946 a las 9 de la mañana. La madre de Isidoro tenía entonces 26 años y el padre 36, y era Canciller Delegado del Consulado General de Francia. El acta de nacimiento está firmada por Eugenio Baudry, Pedro Lafarge, Francisco Ducasse y Denoix, gerente del Consulado. Recuerdan los Guillot Muñoz que el subteniente Pedro Lafarge combatió en la Legión Francesa durante el Sitio de Montevideo junto con Juan Davezac, tío de Lautréamont y Luis Lacolley, abuelo materno de Jules Supervielle. Aparecen así reunidos los familiares del Conde Lautréamont, Lafargue y Supervielle, tres poetas nacidos en Montevideo que con el andar del tiempo se reunieron en la historia de la literatura francesa, figurando entre los más caracterizados representantes.

El padre de Isidoro, don Francisco Ducasse, había nacido en Bazet, a 5 kilómetros de Tarbes el 12 de marzo de 1809. Era hijo de Juan Luis Ducasse, llamado “El Maestro”. La madre de Isidoro, Celestina Jaquette Davezac era de Sarguinet, pequeña comunidad vecina a Tarbes donde don Francisco Ducasse ejerció las funciones de maestro durante los años 1837, 1838 y 1839.

El padre de Lautréamont vivió en Montevideo hasta su muerte ocurrida en el año 1889. Se lo describe como un hombre de pequeña estatura que usaba barba, era elegante, fino, burlón y escéptico, con una gran cultura literaria. Frecuentaba el mundo diplomático donde se lo consideraba como un hombre de fina espiritualidad. Antes de su matrimonio se había ligado a Rosario de Toledo, bailarina muy popular en Río de Janeiro en la época del Emperador Pedro II. Al ser ésta abandonada por el Canciller enloqueció, muriendo al poco tiempo.

Parece que don Francisco Ducasse se interesaba por los estudios etnográficos y según cuentan los Guillot Muñoz, habría emprendido en el año 1862 un viaje, visitando Paraguay, Bolivia, Brasil y el Norte Argentino con el objeto de realizar estudios sobre las tribus guaraníticas. En este viaje, fue acompañado por Eugenio Baudry, padrino de Lautréamont, teniendo éste que regresar antes que Ducasse. El padre de Lautréamont entregó a Baudry los manuscritos, pero éstos fueron quemados por los contrabandistas brasileños que asesinaron y mutilaron horriblemente su cadáver. En el curso de este largo y penoso viaje, Francisco Ducasse contrajo un paludismo, sufriendo fiebres intensas y crisis alucinatorias y se dice que cuando leyó por primera vez los Cantos de Maldoror quedó profundamente impresionado al descubrir grandes analogías entre ciertas visiones de Maldoror y las alucinaciones que había sufrido en plena selva. También se asegura que ni el viaje ni el relato de la enfermedad habían sido conocidos por Lautréamont que en esa época ya estaba estudiando en Francia.

De vuelta a Montevideo, Francisco Ducasse decide orientar sus inquietudes en otra dirección. Funda entonces una escuela de lengua francesa donde dictó él mismo cursos de filosofía, exponiendo la influencia de Augusto Comte y del positivismo fuera de Francia, como así también las ideas morales de Edgard Quinet. Después de los Guillot Muñoz, otro escritor uruguayo, Edmundo Montagne, en los años 1925 y 1928, proporciona datos sobre la vida de Isidoro Ducasse. Conocí a Montagne en el Hospicio de las Mercedes donde estuvo internado por sufrir intensas depresiones; vivía permanentemente torturado por remordimientos, el problema del bien y del mal era su obsesión. Me habló de Lautréamont con mucho entusiasmo y sentía el gran orgullo de que su tío don Prudencio Montagne fuera el último sobreviviente de los que habían conocido en persona a Isidoro. Aliviado de sus depresiones salió del Hospital hasta que poco tiempo después volvió reagravado. Al día siguiente de verlo, durante la noche, se colgó con una sábana.

Edmundo Montagne había escrito a su tío Prudencio pidiéndole antecedentes sobre la vida de los Ducasse en Montevideo. De este modo se pudo saber que cuando el padre del poeta murió, se alojaba en el Hotel de las Pirámides, que tenía fortuna, que era jubilado como Canciller, que vestía siempre de levita y usaba galera de felpa y que los domingos acostumbraba almorzar en familia con los Montagne.

Cuando murió Ducasse –dice don Prudencio Montagne– tenía yo 30 años. Hasta entonces iba al hotel a verlo una o dos veces por semana, a eso de las 4 de la tarde para tomar mate con él y cebado por mí. Éramos dos grandes materos. Murió dos días después de mi última visita y el dueño del hotel, M. Haurie, me lo hizo saber y le mandé una corona de flores, que fue la única que tuvo el finado. Francisco Ducasse fue casado, pero parece que su mujer murió al poco tiempo de nacer Isidoro. Respecto de ella –continúa don Prudencio– no sé nada, no la conocí, no existía en mis tiempos. En cambio conocí a Isidoro Luciano Ducasse, a quien llamaban Isidoro. Era un muchacho lindo pero sumamente travieso, barullero e insoportable, nunca oí hablar a nadie de las obras literarias de Isidoro y si él las publicó entre 1868 y 1870 tendría yo de 10 a 12 años. Entonces, ni cuando fui hombre oí hablar de esos Cantos. Lo único que me dijo una vez el viejo Ducasse después del año 1875, fue que Isidoro había muerto en el 70, yo creí siempre que hubiera sido en la guerra. Don Prudencio había conocido a Lautréamont en la casa paterna de la calle Camacuá frente a la de La Brecha. La calle Camacuá donde se presume que nació Lautréamont fue, muy posteriormente, el lugar donde la prostitución sentó plaza en Montevideo. Recordemos lo que dice en su primer Canto: “He hecho un pacto con la prostitución a fin de sembrar el desorden en las familias”. En la actualidad no existen rastros de la casa, fue demolida y la Rambla Sud ocupa su lugar.

En relación con la demolición de la casa, la desaparición de la calle Camacuá y el deseo de rendir un homenaje a Lautréamont, algunos poetas uruguayos entre ellos Juan C. Welker que era además diputado, presentó en el año 1926 un proyecto tendiente a dar el nombre de Lautréamont a una calle de Montevideo. Este proyecto fue aprobado pero nunca se llevó a ejecución. Welker en la exposición de motivos dice: “Como una eterna corriente constructora las modernas inquietudes de Freud, de Bergson y de Proust en el arte, Lautréamont, el uruguayo estupendo, es la fuerza fermentadora y dominante de la emoción presente en la literatura”. Poco tiempo después Welker murió loco, no volviéndose a hablar más del asunto.

El Conde de Lautrémont nació durante el Sitio de Montevideo, que duró desde el año 1843 hasta el año 1851. Sintió desde la cuna –dice Leandro Ipuche–, la fusilería, el cañón, la metralla, los desafíos, las alertas, las patrullas y los homenajes con tambor apagado. Durante sus cinco primeros años habrá oído relatos de degollinas, y descuartizamientos, cuyas víctimas eran muchas veces amigos de su padre. Habrá leído años después “Montevideo o una Nueva Troya”, de Alejandro Dumas. Este libro escrito en París y dictado por Pacheco y Obes a Dumas con el propósito de mover la opinión pública en favor de los sitiados, es un libro falso en muchos aspectos desde el punto de vista histórico, pero representa sin embargo una realidad subjetiva. Creo que es así cómo el niño Isidoro habrá vivido el clima del sitio de su ciudad natal y no dudo de que posteriormente habrá sido una de sus primeras lecturas. La atmósfera sádica y traicionera del sitio, con sus decepciones, sus luchas intestinas, resentimientos y traiciones configuran sus primeras experiencias y su concepción de la vida. Cuántas veces habrá oído contar el martirio sufrido por Mirquete y Etcheverry en manos de las fuerzas de Oribe y de Rosas. Desposeídos de sus ropas –dice un cronista– recibieron un golpe de lanza y luego fueron paseados desnudos por el campamento donde se les hizo objeto de los mayores ultrajes. Luego fueron atados de pies y manos, se les abrió el cuerpo longitudinalmente, se les arrancó las entrañas y el corazón, y se les mutiló en forma vergonzosa. Se les arrancó trozos de piel de los costados para hacer maneas de caballos y por fin se les cortó la cabeza y se les dejó expuestos en el medio del campo. La historia de la Legión Francesa que intervino en la defensa de Montevideo está llena de escenas semejantes. Y junto a eso, el hambre, la miseria, los negociados, las acusaciones y la triste historia de la intervención extranjera en el Río de la Plata, las misiones inglesas y francesas, y la misión de Pacheco y Obes a París. Pero de todas las misiones fue sin duda la del Conde Walewsky, hijo de Napoleón I, la que quedó más grabada en el recuerdo de los franceses del Río de la Plata. Los Ducasse sentían una gran admiración por la familia Bonaparte y sospecho que el título de Conde tomado para su seudónimo está basado en una identificación con el Conde Walewsky. Según Robert Desnos, Isidoro tomó su seudónimo de una novela de Eugenio Sue titulada “Latreamont”. Creo, sin embargo, mucho más lógico suponer que deriba del propio nombre de su ciudad natal, Mont de Montevideo. El significado total sería Conde del otro monte, del otro Montevideo. Es curioso hacer notar que esta influencia de la familia Bonaparte pudo también condicionar el hecho de que el desenlace de los Cantos de Maldoror se lleve a cabo en la Place Vendôme donde está la estatua de Napoleón y en el Panteón donde están sus restos.

Esto es todo cuanto podemos suponer de la infancia de Isidoro Ducasse hasta la edad de 14 años, es decir, 1860, época en que ingresa al Liceo Imperial de Tarbes. Los datos sobre su adolescencia encontrados por Alicot en 1928, arrojan alguna luz sobre esta época de su vida. En el Liceo Imperial de Tarbes permanece los años 1860, 61 y 62, es decir, hasta los 16 años; allí es un mediocre alumno, obtiene algunos premios en cálculos, dibujo y versión latina, figurando dos veces en el cuadro de honor de la clase. En 1863 ingresa en el Liceo de Pau donde sigue cursos durante los años 1863, 64 y 65. Se inscribe en Retórica y Filosofía siendo allí un mal alumno. A los 19 años va a París a inscribirse en la Escuela Politécnica.

Los amigos, condiscípulos y maestros de Lautréamont figuran en el prólogo de sus poesías, la dedicatoria dice: “A Georges Dazet, Henri Mue, Pedro Zurmarán, Louis Durcour, Joseph Bleumstein, Joseph Durant, Paul Lespes, George Minvielle, Auguste Delmas. A los Directores de Revistas, Alfred Sircos, Frederic Damé. A los amigos pasados, presentes y futuros. A Monsieur Hinstin, mi antiguo profesor de Retórica, están dedicados, de una vez por todas, los prosaicos fragmentos que escribiré en la sucesión de las edades, y de los cuales, el primero comienza a ver hoy el día, tipográficamente hablando”.

François Alicot prosigue su investigación tratando de identificar a los amigos de Isidoro: dos de ellos, Paul Lespes y George Minvielle darán los datos más concretos sobre la vida del poeta. Henri Mue, Georges Dazet y A. Delmas fueron sus condiscípulos en Tarbes. Georges Dazet es el único amigo de Lautréamont que figura en la primera edición del primer canto de Maldoror. Dice así: “¡Ah, Dazet, tú, cuya alma es inseparable de la mía; tú, el más bello de los hijos de la mujer, aunque adolescente todavía, tú, cuyo nombre se parece al más grande amigo de juventud de Byron, tú, que albergas noblemente…” En la edición completa de los cantos, de 1869, este párrafo está reemplazado por éste: “¡Oh pulpo de mirada de seda! Tú, cuya alma es inseparable de la mía; tú, el más bello de los habitantes del globo terrestre y que manejas un serrallo de cuatrocientas sanguijuelas; tú, que albergas noblemente…” Más adelante, en el primer canto vuelve a referirse a Dazet cuando dice: “Que se aparte de mí este ángel de consuelo que me cubre con sus alas azules. Véte, Dazet, que quiero morir tranquilo. Pero, por desgracia era solamente una enfermedad pasajera, siento asco de volver a la vida. Yo te agradezco, ¡oh!, de haberme despertado con el movimiento de tus alas, tú, cuya nariz tiene encima una cresta en forma de herradura; me apercibo, en efecto, que sólo era por desgracia una enfermedad pasajera y siento asco de renacer. Unos dicen que tú venías hacia mí para chuparme el poco de sangre que aún se encuentra en mi cuerpo: ¡por qué esta hipótesis no es una realidad!” El nombre de Dazet desaparece en la edición completa de los Cantos de Maldoror, nos queda la impresión de que fue su más íntimo amigo; más tarde llegó a ser un brillante abogado de los tribunales de Tarbes y murió mientras desempeñaba un cargo en la magistratura, así como otro de los amigos, Henri Mue de Toulouse. Sus otros condiscípulos, eran Joseph Bleumstein, del que sólo se sabe que era de Buenos Aires y Pedro Zurmarán, de quien sospecho que podría pertenecer a la familia del doctor Pedro Sáenz de Zurmarán de Montevideo, a quien Isidoro envió con dedicatoria desde París uno de los ejemplares de Maldoror llamándolo “mi protector”.

Monsieur Hinstin “Mi antiguo profesor de Retórica”, como dice en su dedicatoria, fue profesor del Liceo de Pau durante los años 1863 a 1866, desde donde pasó a Lyon. Fue un antiguo alumno de la escuela de Atenas.


Más recientemente, Court Müller, en 1939, dio con el paradero de Damé y Sircos, los directores de revistas citados en el prólogo de las poesías. Así se supo que Frederic Damé fue secretario de Tirard, intendente del segundo distrito de París en el año 1870, distrito donde Lautréamont vivió los últimos años de su vida. Damé publicó tratados de filología y algunos poemas. La revista literaria “L‘Avenir” redactada por él, no contiene ninguna alusión a la obra de Lautréamont. Alfred Sircos, el otro de los directores de revista citados, fue director de las revistas “L‘Union des Jeunes” y de “La Jeunesse”. Este fue más consecuente con su amigo, ya que en la segunda de las revistas mencionadas se puede leer la primera crítica hecha sobre el primero de los Cantos de Maldoror en septiembre de 1868, está firmada “Epistémon”, probablemente un pseudónimo de Sircos, llama a Lautréamont “Primo de Childe Harold y de Fausto, conoce a los hombres y los desprecia”.

Este comentario es el único aparecido en vida del poeta, y hasta 1890 en que León Bloy lo descubre, su obra había pasado inadvertida.

Con respecto a los otros dos amigos que quedan nada se ha podido averiguar de Louis Doucour y de Joseph Durant se cree que tomó parte activa durante la Comuna y que después tuvo que salir de Francia, desconociéndose su paradero.

El único sobreviviente en el año 1928 era Paul Lespes, que fue entrevistado por François Alicot. En esta época era un hombre de 81 años, Consejero Honorario del Tribunal de Apelación de Pau y dotado aún de una memoria extraordinaria. Cuenta Lespes que conoció al Conde de Lautréamont en el Liceo de Pau en el año 1864 y que con Georges Minvielle eran sus mejores amigos. Con gran penetración psicológica, este anciano hizo un retrato de Isidoro. Era, dice, un joven alto, delgado, la espalda un poco encorvada, el tinte pálido, los cabellos siempre largos y cayéndose de su frente, tenía una voz destemplada. Su fisonomía no era nada atractiva y estaba habitualmente triste, silencioso, como replegado sobre sí mismo.

En la sala de estudios pasaba horas enteras con los codos apoyados en el pupitre, las manos sobre la frente y los ojos fijos sobre un libro clásico que no leía. Parecía sumergido en sus fantasías; sus amigos, Lespes y Minvielle estaban convencidos de que tenía nostalgias de Montevideo y que sus padres debían hacerlo llamar. En clase parecía a veces interesarse vivamente en las lecciones de geografía e historia, gustaba de Racine y Corneille, pero sólo se lo veía entusiasmarse con “Edipo Rey” de Sófocles. La escena en la cual Edipo conoce al fin la terrible verdad y lanza gritos de dolor, con los ojos arrancados, mientras maldice el destino, le parecía de una extraordinaria hermosura, lamentándose, sin embargo, que Yocasta no hubiera llevado al paroxismo el horror trágico, matándose a la vista de los espectadores”. Admiraba a Edgar Allan Poe, de quien había leído muchos de sus cuentos antes de la entrada al liceo, es decir, antes de los 16 años. Sus compañeros habían visto también en sus manos un libro de poesías, Albertus, de Teófilo Gautier. Se lo consideraba en el liceo como un espíritu fantástico y soñador, pero en el fondo, dice Lespes, era un buen muchacho, no pasando de un nivel medio de instrucción debido al retardo de sus estudios. Una vez Lautréamont les mostró a sus condiscípulos algunos versos, que les parecieron de un ritmo extraño y de pensamiento oscuro.

Otro rasgo que destaca el condiscípulo era la obstinación. Muchas veces ni quería ceder en sus antipatías y desprecios por haber emitido con anterioridad un juicio desfavorable sobre alguna obra. Sufría de intensas jaquecas que influían en su estado de ánimo, haciéndolo en estos momentos muy irritable. Uno de los paseos preferidos de los alumnos del liceo era bañarse en un arroyo cercano, donde Lautréamont aprovechaba para demostrar sus condiciones de excelente nadador, quizá otro rasgo de la identificación con Byron. Un día dijo a sus amigos: “Tengo que refrescar más a menudo mi cabeza en esta corriente”, refiriéndode a sus jaquecas y malestares. Cuenta Lespes que a fin del año escolar de 1864, el profesor Hinstin le había reprochado duramente sus extravagancias de estilo a propósito de un discurso. Por la descripción que hace Lespes aparece aquí de lleno el pensamiento del Conde de Lautréamont, Maldoror ya estaba en él. El discurso, dice Lespes, fue inolvidable para todos sus compañeros, fue una exageración extrema de su forma habitual de escribir, su imaginación no respetó más límites, dando rienda suelta a un pensamiento hecho de imágenes acumuladas, de metáforas incomprensibles y oscurecido aún más por invenciones verbales y formas de estilo que no respetaban siempre la sintaxis. El profesor de retórica creyó en un primer momento que se trataba de una broma de Isidoro y el castigo que recibió éste lo hirió profundamente.

En el liceo, según cuenta su condiscípulo, no habría demostrado ninguna aptitud para las matemáticas y la geometría, hecho curioso porque uno de sus más bellos poemas se refiere a ellas. El poema 24, del segundo canto, dice: “Oh, severas matematicas, no os he olvidado desde que vuestras sabias lecciones, más dulces que la miel, penetraron en mi corazón, como una oleada refrigerante; aspiraba yo instintivamente desde la cuna a beber en vuestra fuente, más antigua que el sol, y sigo aún pisando el atrio sagrado de vuestro templo solemne, como el más fiel de vuestros iniciados”.

Cuenta su condiscípulo que la gran vocación de Lautréamont era la historia natural, dato importante que aclara en algo la importancia que tuvo el mundo animal en los Cantos de Maldoror. Gaston bachelard, en su ensayo titulado “El bestiario de Lautréamont”, hace notar que éste cita 185 nombres de animales diferentes. Sabiendo Isidoro que sus amigos Lespes y Minvielle eran entusiastas cazadores, les interrogaba sobre las costumbres de los animales y especialmente sobre el vuelo de los pájaros.

No he visto a Ducasse –dice Lespes– desde su salida del Liceo en 1865, hasta que años después recibí los Cantos de Maldoror (primera edición) en Bayona, sin ninguna dedicatoria; pero el estilo, las ideas extrañas que se entrechocaban como en una refriega, me hicieron pensar que Ducasse era el autor. Minvielle había recibido un ejemplar en las mismas condiciones, F. Alicot preguntó a Lespes si no creía que los Cantos de Maldoror eran una mistificación, una broma o befa de un escolar. Lespes manifestó que no creía que esto fuera así: “Su actitud era distante, si puedo emplear esta expresión, una especie de gravedad desdeñosa y una tendencia a considerarse como un ser aparte. Nos formulaba a quemarropa preguntas oscuras y a las cuales teníamos grandes dificultades para contestar”. “Sus ideas, sus formas de estilo que tanto irritaban al profesor de Retórica y todas sus extrañezas nos inclinaban a creer que su mente carecía de equilibrio. La “loca de la casa” se reveló íntegramente en su discurso donde había tenido ocasión de acumular con un lujo aterrador los más horrorosos epítetos e imágenes de la muerte. Huesos rotos, vísceras colgantes, carnes sangrantes e hirvientes”. Fue el recuerdo de ese discurso que le hizo pensar que Isidoro era el autor de los Cantos de Maldoror.

En el Liceo se consideraba a Ducasse como un buen muchacho, pero un poco “tocado”. No era amoral ni tampoco un sádico. J. Minvielle dijo a Lespes al recibir el libro: “Te acuerdas de su discurso. Él tenía una araña en el cielorraso, pero ella ha crecido mucho”. Para sus compañeros de colegio la inspiración y la originalidad del estilo de Ducasse se relacionaban con una configuración mental particular. Lespes no se atreve a pronunciar la palabra loco. Seguramente teme equivocarse. Han pasado muchos años y la obra de Lautréamont es juzgada de otra manera.

También Lespes nos informa sobre las influencias que se ejercieron sobre Ducasse creyendo que son predominantemente los clásicos, Gautier, Shakespeare, Shelley, pero sobre todo Byron, que fue gran inspirador. Concluye diciendo que los Cantos de Maldoror son una obra sincera, fruto doloroso de un cerebro exaltado y lleno de imágenes negras.

Con la descripción hecha por Lespes nos ponemos por primera vez en presencia del Conde de Lautréamont. Su conducta y las características que sus compañeros de Liceo le adjudican, son el primer paso hacia una comprensión de su obra basándose en datos biográficos auténticos. No cabe ninguna duda que Maldoror, el personaje de sus Cantos, estaba ya presente y que los poemas que leyó y el discurso pronunciado en la clase del profesor de Retórica tienen relación y continuidad con su obra posterior. La imagen que nos queda es la de un joven alto, pálido, delgado, ligeramente encorvado, con el cabello sobre la frente, triste, inmaduro, orgulloso, que se interesa por el vuelo de los pájaros, que lee Byron y Edgar Poe. El Conde de Lautréamont no se contentaba con saber el final de Yocasta sino que prefería que ésta se matara frente a los espectadores. Este dato adquiere importancia posteriormente cuando se conocen las circunstancias de la muerte de la madre que sin duda se suicidó cuando él tenía un año y ocho meses. Es casi seguro que Isisdoro sintió curiosidad por conocer las circunstancias de la muerte de su madre, la pérdida de ésta en una edad tan temprana constituyó una frustración tan intensa que puede considerarse como una de las fuentes de la génesis de su resentimiento.

Hasta hace algunos años había sido imposible encontrar un documento gráfico de la persona física de Isidoro Ducasse, ningún retrato, ninguna fotografía, hasta que Álvaro Guillot Muñoz encontró en casa de una parienta lejana de Isidoro una fotografía del poeta, que sería la única que se conoció. Allí aparentaba tener de 18 a 20 años, tenía un aire adolescente de montevideano, dice Ipuche. Pero la mano encargada de hacer desaparecer todo aquello concerniente al Conde de Lautréamont actuó aquí por medio de la Policía de Montevideo, que al practicar un allanamiento de la casa de los Guillot Muñoz durante el gobierno de Terra, se llevó entre otras cosas el retrato de Isidoro. Fueron después inútiles los esfuerzos para recuperarlos, fue de los pocos documentos incautados que no pudo volver a mano de los Guillot Muñoz. Pero la fotografía había sido vista con anterioridad por Supervielle, Ipuche y el grabador Méndez Gabariños. Éste pudo reconstruir más o menos los trazos de Isidoro, y digo más o menos porque cuando los que habían visto el retrato miraron, cada uno por su lado hicieron observaciones que de ninguna manera estaban de acuerdo con los demás. Al poco tiempo, Méndez Magariños pagó esta intromisión con la locura.

Después de sus estudios en Tarbes y en Pau, el Conde Lautréamont teniendo 19 años, se traslada a París con el objeto de ingresar en la Escuela Politécnica. Allí comienza de nuevo el misterio, y los datos que tenemos de su vida entre los 19 y 24 años, época de su muerte, se refieren sólo al contenido de seis cartas escritos en épocas diferentes. Publicó en agosto de 1868, en París, el primero de los Cantos de Maldoror donde firma solamente con tres asteriscos, en diciembre del mismo año hace una reimpresión de este primer Canto con el propósito de enviarlo al concurso poético organizado en Burdeos por Evaristo Carrance. En 1869 se imprime la primera edición completa de los Cantos de Maldoror donde firma con su nuevo seudónimo Conde de Lautréamont. Esta edición no pasó nunca a la venta y sólo 10 ejemplares salieron de la imprenta y llegaron a sus manos. A principio del año 1870 publica el prólogo de las Poesías donde se atreve a firmarlas con su propio nombre, Isidoro Ducasse. En los dos últimos años de su vida sufrió una intensa crisis y como veremos después, fue su propósito el negar la primera parte de su obra, los Cantos de Maldoror. Hay una carta escrita a su tutor, el banquero Darasse, que constituye un documento psicológico de gran valor para estudiar las causas de este profundo viraje y los nuevos propósitos.

Según informaciones que he recogido en Córdoba, el padre del Conde de Lautréamont se resistía a hacer envíos de dinero fuera de la pensión habitual porque tenía la convicción de que Isidoro lo empleaba en la publicación de periódicos y panfletos políticos. El Conde de Lautréamont vivió sucesivamente en la calle de Notre-Dame des Victoires, luego en la calle de Faubourg-Montmartre 32, luego en la calle Vivienne Nº 15 y finalmente de nuevo en la calle de Faubourg-Montmartre Nº 7, donde murió. Robert Desnos sugirió que Ducasse podía ser aquél orador del mismo nombre citado por Jules Valles en su libro “L‘Insurgé”. Ph. Soupault lo afirmó en el prólogo de una de las ediciones completas. Pero Aragon, Breton y Eluard se rebelaron contra esta afirmación, sosteniendo que el Ducasse que en las reuniones públicas de 1869 tomó la palabra para citar las Epístolas de San Pablo, fue perfectamente identificado entre otros, por Charles Da Costa que lo conocía íntimamente. Era Félix Ducasse, que terminó siendo Presidente del Consistorio de la Iglesia Cristiana Evangélica de Bruselas y que murió en el año 1877.

Entre los familiares ha quedado la idea de un Lautréamont rebelde, que tenía cierta amistad con Gambetta y que esta circunstancia había creado dificultades a don Francisco Ducasse el Canciller, en los últimos años del Imperio. También esta situación fue –según dicen– la base de los resentimientos entre padre e hijo ya que parece que don Francisco Ducasse era un entusiasta bonapartista.

El 19 de julio de 1870, año de la muerte del Conde de Lautréamont, Napoleón III declara la guerra a Prusia, “ley fatal de los regímenes de explotación de una clase por otra –dice un historiador–, en los que la pérdida del poder inspira más angustia que la matanza. Los diputados salen de vacaciones, el Emperador toma el mando de un ejército desparramado en la frontera y cuyo desorden se manifestó pavoroso desde la movilización, en Francia no obstante la confianza en la victoria se había hecho general, el desastre fue completo”. Este es el clima en que vive el Conde de Lautréamont, acaba de publicar el prólogo de sus Poesías, canto dedicado a la calma, a la cordura, al deber y así llega el 4 de septiembre de 1870. El pueblo de París reunido en los alrededores del Palacio Borbón grita vivas a la República, se dirige luego al Palacio Municipal donde ya en la plaza la multitud ha escogido un gobierno. Recordemos que Isidoro Ducasse había nacido durante la caótica época del Sitio de Montevideo. Las condiciones históricas se repiten, París está sitiada, la efervescencia política es creciente y Lautréamont seguramente se sintió perdido.

Según informes, el Conde Lautréamont murió de una enfermedad infecciosa, algunos sospechan de escarlatina, el jueves 24 de noviembre de 1870. El certificado de defunción dice: “Isidoro Luciano Ducasse, escritor, de 24 años, nacido en Montevideo, falleció hoy a las 8 de la mañana en su domicilio de la calle del Faubourg Nº 7”. El acta fue labrada en presencia del dueño del hotel y de un mozo del mismo, fue enterrado al día siguiente, el 25 de noviembre de 1870, en una concesión temporaria del Cementerio del Norte. Los familiares sospecharon que Isidoro Ducasse había sido envenenado debido a su vinculación con grupos políticos de extrema izquierda. Su padre fue a Francia tres años después, en 1873, según hemos podido descubrir por sus pasaportes. Con el significado de un auto de fe debe haber hecho desaparecer todo cuanto encontró de su hijo en París. Un familiar que conocí en Córdoba sostiene que todos los papeles, libros y correspondencia fueron colocados en un baúl de cuero y depositados en un banco. La hipótesis que trataré de demostrar en mi libro en preparación sobre el tema, es que el Conde de Lautréamont se suicidó, tomando esta palabra sólo en el sentido psicológico, es decir, en el sentido de que fue una muerte deseada. La repetición de su situación de doble sitiado, durante su infancia y el último año de su vida, hicieron que quedara inmovilizado. Posiblemente si las situaciones sociales en que vivió el último año de su vida lo hubieran sorprendido en la época en que escribió los Cantos de Maldoror, Lautréamont se hubiera salvado y entonces sí se podría creer que estuvo en las barricadas y que perteneció a Clubes políticos que podrían llamarse “El Club de la Libertad”, el “Club de la Venganza”, “El Club de la Resistencia” o el “Club de Montmartre”, que tenía su local muy cerca del hotel donde murió.

El último paso dado en la búsqueda biográfica del Conde de Lautréamont lo di yo mismo al buscar los rastros de una parte de la familia Ducasse que había emigrado de Francia poco tiempo después que lo hiciera el padre del Conde de Lautréamont y que se radicó definitivamente en Córdoba. En abril de este año me trasladé a dicha ciudad con ese propósito. Lo primero que me enteré es que los Ducasse habían fallecido todos y que sólo quedaba el esposo de una sobrina de Isidoro fallecida en el año 1937. El señor Rafael Calzada Llanes, que así se llama el último pariente del Conde, me recibió en el Molino Ducasse. Apenas expuesta la finalidad de mi visita me preguntó si era para bien o para mal remover el recuerdo del Conde de Lautréamont. Después de largas explicaciones sobre mi interés sobre Isidoro y la importancia de su obra, pude vencer poco a poco las resistencias del pariente. Creo que mi condición de médico fue un obstáculo en la gestión ya que su primer pensamiento fue de que me interesaba exclusivamente el caso Lautréamont como un caso clínico. Esconder a Isidoro era para ellos salvar el prestigio de la familia, no remover el asunto, olvidarlo. Confieso que la primera actitud del señor Lozada Llanes me intimidó un poco. Detrás de él estaban colgados enormes retratos de hombres barbudos y serios que parecían dirigir los pensamientos del pariente de Isidoro. Cuando Lozada Llanes decidió “mostrarme algo” como él decía, comenzó a ejecutar una especie de ritual en forma lenta y parsimoniosa. Abrió una caja fuerte, sacó con todo cuidado un cofre de metal cerrado también con llave, esperaba ver yo por lo menos los originales de los Cantos de Maldoror cuando sacó de allí un monedero de cuero que contenía monedas de oro argentinas, uruguayas y francesas que estaban envueltas en un pañuelo amarillento con bordes negros. El monedero en cuestión había pasado por todas las manos de los Ducasse y había sido regalado a la sobrina de Isidoro cuando niña. Sacó después otro cofre más grande lleno de papeles, con documentos que pertenecieron a Francisco Ducasse, padre del poeta. Había allí nombramientos, certificados de estudio, títulos de propiedad, liquidaciones bancarias, copia de las actas de nacimiento, matrimonio y defunción, sobre el margen de esta última había una nota que decía “no se hizo inventario”. Revisé además toda la correspondencia que allí existía perteneciente a Francisco Ducasse y no hay ninguna referencia al hijo, todas son de carácter comercial. También pude ver fotografías de casi todos los miembros de la familia pero no había ninguna de Isidoro.

El único dato que encontré y que juzgo de mucha importancia se refiere a la madre de Isidoro. Según se contaba en la familia, el Canciller, como llamaban al padre de Isidoro, había conocido a la que fue después su esposa en un viaje que hizo a Francia y parece ser que era sirvienta de los Ducasse en Tarbes. El padre del poeta regresó solo de ese viaje y al poco tiempo llegó a Montevideo Celestine Jaquette Davezac. Se casaron el 21 de febrero de 1846, naciendo el Conde de Lautréamont el cuatro de abril del mismo año, es decir dos meses después. Se lee en el certificado de defunción que ella murió de muerte natural el 10 de diciembre de 1847, es decir cuando Isidoro tenía un año y ocho meses; el certificado dice de muerte natural pero según lo que contaron los familiares ella se habría suicidado. Hace pocos días en ocasión de un viaje que hice a Montevideo para asistir a un homenaje que se realizaba con motivo del primer centenario del nacimiento de Isidoro Ducasse, traté de ampliar los datos referentes a la madre. Ella fue enterrada el mismo día de su muerte con el nombre de Celestina Joaquina, sin su apellido, no existen rastros de su tumba, mientras que pude encontrar con toda facilidad la tumba del padre en el Cementerio Central de Montevideo. Esta muerte trágica de la madre debe haber constituido un trauma insuperable en la vida de Lautréamont. Recordemos de nuevo, a propósito de esto, su afán de ver a Yocasta en el trance mismo de matarse.

El señor Lozada Llanes me hizo una historia detallada de la rama de los Ducasse de Córdoba. Luciano Bernardo Ducasse, tío y padrino del Conde de Lautréamont emigró de Francia después de su hermano Francisco y se radicó primeramente en mercedes, provincia de Buenos Aires, donde instaló un molino harinero. De allí pasó a Córdoba donde se le reunieron tres primos del Conde, Francisco, Juan Droctoveo y Lecea Ducasse. Esta última se había casado en Bazet con un español llamado Juan Antonio Suárez Fernández, naciendo de este último matrimonio 4 hijos de los que vivieron sólo dos, Marcos que nació en Francia y Amelia que nació en Montevideo.

Los Ducasse compraron en Córdoba un pequeño molino que según cuenta les costó 18 mulas gordas y que había pertenecido sucesivamente a Ascorcel de Peralta, a una Congregación de Monjas, situado en las afueras de Córdoba, hoy barrio San Martín. Luciano Ducasse, el padrino del Conde a quien llamaban familiarmente el Carpintero, y sus dos sobrinos, Francisco y Juan Droctoveo, permanecieron solteros, y llevaron una vida retirada. Se les consideraba como gente extraña, poco sociable, con una moralidad muy rígida, muy religiosos y muy preocupados por acrecentar su fortuna. Según cuenta Lozada Llanes todos de acuerdo a una exigencia del tío Luciano, usaban barba para que los indios los respetaran. Vivieron en el Molino durante muchos años, y después en una casa de la calle General Paz, donde está hoy instalado un Colegio Nacional. La única prima de Lautréamont, Lecea Ducasse, había casado, como dijimos, con un español llamado Suárez Fernández, que al parecer tenía muy poca inclinación al trabajo y mucha a malgastar el dinero de los Ducasse, razón por la cual fue literalmente expulsado de la familia y devuelto a España donde falleció. Después de este incidente, el tío Luciano y los hermanos de Lecea le instalaron a ésta un negocio de panadería con el nombre de “La Mano Dorada”, situada en la calle Santa Rosa. Del matrimonio de Lecea Ducasse y Suárez Fernández nacieron Marcos Suárez Ducasse que siguió la línea del padre, se negó a trabajar, llevó la vida de un excéntrico y murió insano en el año 1922. Según cuentan algunos amigos de éste, tenía “afición por la poesía” y había escrito algunos versos. La hermana de Marcos, la otra sobrina de Lautréamont llamada Amelia Suárez Ducasse, casó en terceras nupcias con el señor Lozada Llanes en Montevideo, falleciendo en el año 1937 y extinguiéndose con ella los Ducasse. Durante la última entrevista que tuve con Lozada Llanes me ralató ya en tren de confidencias que Isidoro visitó a sus parientes de Córdoba alrededor del año 1868 y que había llevado los originales de los Cantos de Maldoror para leérselos. Parece que la lectura produjo una gran indignación y tal fue la gravedad del caso que éste fue consultado con el confesor de la familia. Creo, dice Lozada Llanes, que los originales fueron a parar a la Iglesia de Santo Domingo y que posiblemente fueron quemados.
El Conde de Lautréamont fue considerado por su familia como un loco, un poseso y un blasfemador. Y aunque esta visita fuera una ficción, lo importante es que el poeta quedó señalado así en el seno de su familia.

Enrique Pichon-Rivière
Conferencia pronunciada en el Instituto Francés de Estudios Superiores el 5 de septiembre de 1946. Constituye la primera de un curso de 15 conferencias tituladas “Psicoanálisis del Conde Lautréamont”, que integran un libro en preparación. Este texto fue publicado en la revista «Ciclo», Nº2, Buenos Aires, marzo-abril de 1949 (págs. 5-27).

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, pero si yo de estos conozco parvas, en cualquier bareto indie de Barcelona siempre hay alguno de estos tíos. Nunca había leído el artículo de EPR, muy bueno RAB.
CH-CH

RAB dijo...

Y hay parvas con el talento de él en Barna? Si es así, no sé si alegrarme o quedarme alelada.......
(está de + decir que son clones los que hay ¿o no? Los verdaderos seguro que no van a los baretos... ¿o sí?).

jcaguirre dijo...

Muy bueno eso de que la sociedad de masas ha convertido a los malditos en freaks. Algo de eso hay.

RAB dijo...

Y más que eso, yo diría que la sociedad (de masas o no) CREA a los malditos, que es lo pretende demostrar Pichon. El conde se encontrará "sitiado" por circunstancias histórico-políticas muy similares tanto en su infancia como a la hora de morir. Nada es casual. Hoy día el maldito no existe, ya se cargaron incluso el concepto, banalizándolo.

jcaguirre dijo...

El maldito ocupa primariamente el espacio al que le arroja "la sociedad" o la "pequeña sociedad familiar". La censura al que se le somete es un intento de destrucción de ese personaje y, sobre todo, de legitimación del colectivo en la propia tragedia del personaje. El "mito del maldito" jugaba rescatarlo poeticamente atendiendo a la posible creatividad o excepcionalidad del mismo. Lo que no dejaba de ser uan construcción. Y ahora, en tiempos muy conservadores, se le banaliza y censura asociándolo con el freak.

Anónimo dijo...

jejej hombre, hoy día lo que hay mucho son pequeñoburgueses disfrazados de malditos...
ya me pasaré más tarde para leer el artículo completo, que ahora curro, pero me interesa L.
un saludo
Samuel

RAB dijo...

Carlos. Bueno eso de diferenciar la tragedia del maldito y el mito del maldito. Sin embargo, hay un punto en que los dos se tocan... y sobre todo en tiempos de "sociedad de masas", éste puede convertirse en personaje de si mismo.
Samuel. Qué impide a un pequeñoburgués convertirse en un maldito? De hecho, el conde era más que eso...

Antonio Tello dijo...

Mucha suerte en tu nueva ventana, Rab. Te sumo a mi Canal de poesía. Un abrazo

hiniare dijo...

Qué sorpresa lo de ARTESOPHIA, qué variedad de talentos. Me iré pasando por allí para aprender un poquito,
h.

Sintagma in Blue dijo...

...bendita locura.

Anónimo dijo...

Siempre he pensado que para ser un maldito tienes que poseer la conciencia de la falta, de la carencia; en cambio para ser un pequeñoburgués...

S

RAB dijo...

Carlos, Blue: bienvenidos.
Hiniare: los talentos se comparten.
Samuel: si por pequeñoburgués entiendes snob, supongo que llevas razón.
:+