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11/7/10

La roja


está en las venas. Mi enhorabuena para España,
aunque
he de decir una cosa:
si a la hora de plantear una iniciativa universal, tuviéramos la roja que tenemos a la hora de celebrar un partido... ¡qué bien viviríamos! Y no sólo en España, sino en el resto del planeta. 
Hemos visto que roja no nos falta, que aquí nadie está lo bastante exhausto como para dejarse vencer. En un partido de fútbol. Pero eso, claro, no depende de nadie más que de 20 corredores en un campo. Qué fácil es sacar la roja cuando la decisión no depende de nosotros...

Pasado mañana todo habrá vuelto a la normalidad y se habrán forrado los traficantes de banderas y de cornetitas. Volveremos a quejarnos del calor que nos cae encima como una losa, y de las huelgas. De repente, nos habremos vuelto criaturas apáticas y ghettizadas pasando de todo... seres suspicaces protegiéndonos de las miradas extrañas bajo corazas de asbesto.

Habremos olvidado que dos días antes la roja se jugaba el mundial, y que si ganó fue porque hubo millones pujando por ello. Que de no haber sido por esa fe, quizá España hubiera quedado eliminada. Pero España sabía que iba a ganar. Y España lo deseaba fervorosamente: por eso ganó.

¿Seremos capaces, alguna vez, de sacar la roja para algo más que para ver como un señorito se pasea con una copa de oro alrededor de un campo?

¿Seremos capaces, algún día, de desear fervorosamente un cambio, hasta el punto de ir a por  ellos -nunca he comprendido esa expresión que se vale de dos preposiciones juntas y que suena, además, tan amenazadora- cuando se trate de poner fin a los abusos que se cometen contra la humanidad?

¿O, más bien, nos esconderemos con el rabo entre las patas, y ya sin sangre, nos sentaremos a ver con horror pusilánime la última guerra de turno sin mover un dedo para evitarla?

Pienso en esa última guerra de turno como en un partido donde pierde nuestro equipo favorito. Pienso en ti cambiando de canal. Pienso en la ceguera ya endémica del homínido que hoy compra cornetitas y mañana empezará a quejarse, nuevamente, de la crisis. Entonces cruzo los dedos: uno... dos... tres...
pido un deseo, como los niños (sin cornetita)
rezo una plegaria, como Aretta
me desgañito haciendo meditaciones y genuflexiones en el balcón, bajo las estrellas :)
me dibujo una bitácora en las muñecas y las ofrezco al cielo
y deseo, fervorosamente, que el próximo mundial lo gane la humanidad.

La sangre que corre por las venas del humano despierto es tan roja como la del ciego.