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7/8/10

Los tarahumara, joya artaudiana

Así pues, sentí que había que remontar la corriente y estirarme en mi preconsciente hasta el punto en que me viese evolucionar y desear. Y hasta allí me condujo el Peyote. -Conducido por él, vi que lo que soy tuve que defenderlo antes de nacer y que mi Yo no es sino la consecuencia del combate que libré en lo Supremo contra la mentira de las malas ideas.
Y por mucho que los seres balbuceen que las cosas son así y que no hay nada más que buscar, yo, por mi parte, veo que han perdido y que desde hace mucho tiempo no saben lo que dicen, pues ya no saben dónde han ido a buscar los estados con los que se tienden por encima de la ola de ideas y en los cuales se toman las palabras por hablar.
La explicación reside en el hecho de que, efectivamente, hace siglos sus pensadores abdicaron como ellos ante ese esfuerzo de honor que consiste en merecer la propia conciencia, cuando se sabe dónde hay que ganarla.
-El incosciente no me pertenece, salvo en sueños, y además todo lo que en él veo y todo lo que arrastra ¿es caso una forma marcada para nacer o lo sucio que ha rechazado?
El subconcisnte es lo que transpira de las premisas de mi Voluntad, pero no sé muy bien quién reina en él, y estoy convencido de que no soy yo, sino la ola de las Voluntades adversas que, no sé por qué, piensa dentro de mí, y nunca ha tenido otra preocupación en el mundo ni otra idea, que la de ocupar mi lugar, dentro de mi cuerpo y de mi yo.
Pero en el preconsciente donde sus Tentaciones me maltratan, todas esas malas Voluntades las veo, esta vez armado con mi consciencia y ¿qué me importa que se desplieguen contra mí, si ahora me siento dentro de ella?
El Peyote me mantendrá en el Preconsciente y por encima del estado del hombre, sabré de dónde se ha formado mi voluntad y cuál es esa fuerza con la que se ha arrojado hacia el lado donde el Bien la llama, contra el mal que la perseguía.
El Bien y el Mal, dicen los sacerdotes de Ciguri, como después volvieron a decir los místicos de Jesucristo, no ya en sensaciones y visiones, sino con la prueba del martirio y la experiencia de sus llagas, el Bien y el Mal no son dos tejidos opuestos y dos principios, el Bien es lo que existe y el Mal lo que no existe, lo que no vivirá y se acabará. El Yo del hombre no siempre creerá en él. Pero esa ciencia necesita ganársela.
Y parece ser que el objetivo de la danza del peyote, rito ejecutador de las enseñanzas de la Planta dada al hombre por Jesucristo, en origen consistía en invitar al ser humano a ganar su conciencia. Pues sin su ayuda no hubiera podido decidirse a hacerlo.
Antonin Artaud
Los Tarahumara. Barral Editores, Barcelona, 1974.

15/5/10

La liana contiene a Pandora

En la red hay gran cantidad de información sobre la ayahuasca. La liana de los muertos se cuela entre los finos capilares de la red del mismo modo en que se cuela por nuestras neuronas para devolvernos el aprecio de una memoria olvidada. Fue así como llegué hasta la planta, y fue así como me precipitó a la vida real.
La difusión sobre su potencial sanador ha sido enorme en los últimos años. Y va a más. Tanto que proliferan los dadores, y se realizan verdaderas excursiones al otro lado del océano para vivir la aventura psiconáutica del milenio: la ayahuasca como solución a todos los males de Occidente. En Oriente se nos ríen, aunque es probable que más bien nos compadezcan.
El año pasado conocí a uno que soñaba con viajar a Sudamérica para convertirse en chamán. Estaba dispuesto a dejarlo todo por una visión de ayahuasca donde se vio a si mismo convertido en jaguar. Conocí, también, gente que aseguraba que la planta puede castigar: lo que, en su versión racionalista y no animista, sería poco más que decir que la ayahuasca, como potente catalizador, puede ser muy removedora. Tuve, además, la oportunidad de tomarla en un nutrido grupo liderado por un conocido erudito en la materia, todo un experto y una persona de fiar: el hombre ha invertido media vida en el estudio, serio, tanto de los enteógenos como de los pueblos donde el uso de ayahuasca es la base de su cultura.
Ahora que llegó a Europa, la ingesta del yajé-ayahuasca empieza a convertirse en una alternativa terapéutica de choque para casos como, por ejemplo, una depresión, y son muchos los primerizos que se atreven a  probarla sin haber usado jamás ninguna sustancia. Hoy día, a pocos no les suena la extraña palabreja. Si bien hay mucho prejuicio al respecto, las estadísticas sobre sanación por ayahuasca van en aumento, y son reales. No faltan los desaprensivos de siempre, que la distribuyen por internet como si fuera un tripi y los gurús, que además de distribuirla y recetarla en cucharadas diarias, aprovechan su estadía en la cárcel para escribir un libro.
Pero no es la finalidad de este post narrar la flora y la fauna, sino observar un detalle. Un detalle que a mí, perseguidora leal de todo lo que tenga que ver con la liana y sus allegados, me intriga. Mucho se ha investigado sobre la planta, y creo que se conocen bien tanto sus poderes medicinales como sus contraindicaciones -que las tiene-, e intuyo que ya se sabe lo suficiente como para que tanto investigadores como discípulos sepan llevar una ceremonia enteogénica sin que haya  -dentro de lo posible- problemas durante. Sin embargo, pocos son los que parecen estar dispuestos o formados para el después. La finalidad última de este post es poner énfasis en ese importante detalle que me parece se les está escapando, y si tiene un propósito de crítica,  quede claro que lo será en su dimensión constructiva. Naturalmente, me estoy refiriendo a la integración de la experiencia.
Pondré un ejemplo, y va sin susceptibilidades. En enero de 2009 tomé ayahuasca en casa de un señor que las da a grupos reducidos varias veces al año en Barcelona. En esa ocasión la ceremonia se hizo sólo porque yo me había desplazado desde Madrid, en pleno invierno y durante una tempestad que arrasó con gran cantidad de árboles, así que tuvimos que hacerla en un recinto que no estaba del todo previsto para tal fin.
Yo tenía miedo, y la ayahuasca no me subió. O me subió a medias, que por lo que he visto puede ser peor. Si bien éramos pocos, una de las personas se lo pasó toda la noche vomitando. La  planta es una purga, y cualquiera que la ingiera sabrá que a la media hora parte de la audiencia empezará a vomitar. No era, pues, que me hubiera pillado desprevenida: lo que resultaba realmente molesto era la manera en que tanto esa persona como el dador se jactaban de vomitar a sus anchas, como si la prueba del efecto purificador de la planta estuviera en la manifestación física y no en la experiencia interior.
No me pregunteis por qué no accedí al segundo acto -una toma de refuerzo-, sólo deciros que esa noche no me apetecían jaleos, así que mi viaje osciló entre la duermevela y la constante necesidad de apartar de un puntapié a mi dador, que parecía empeñado en vomitar en su bote a centímetros de mi cara.
Desde luego, fue la ceremonia más ruidosa, maloliente e irresponsable a la que he asistido nunca. Cuando nos reunimos alrededor de las velas -supuestamente, con los efectos ya superados- ni el dador contaba con mi ego, ni  yo con mi resistencia. Como era de esperar, la ayahuasca me enfrentó a mi tono más bajo de sombra: el resentimiento. La única cura que hay para el resentimiento es, simple y llanamente, el perdón. Y yo no pude con él.
Cabreado por su inoperancia a la hora de domar al potro, a mi dador le dio por atacar mis cuadros. Y mi casa, que según él, era oscura. Se salvaron, por suerte, mis escritos. Para completar la chorizada, un comensal que se había mantenido en silencio, vecino de los Andes, hizo un comentario por lo bajo sobre la ya proverbial habilidad de los argentinos para vivir del cuento. Fue el acabóse. Entre otras inoperancias, y pese a haber ingerido la planta varios centenares de veces, haberse formado con un curandero en  Cuzco y haber convidado a docenas de personas en este país, el dador no tuvo en cuenta una salvedad: que a mí la ayahuasca a veces me sube a medias, o que me sube cuando todos ya han salido. Nadie puede preveer cómo funcionará la química de cada convidado. Justamente por eso, la actitud del dador tanto a la hora de dirigir la ceremonia como de cerrarla debería ser impecable. Y por impecable entiendo el uso de unas estrategias orientadas a la resolución y no a la discordia.
Días después, el conflicto que había aflorado durante la ingesta recrudeció en lo cotidiano. Paralelamente, y como en otras ocasiones,  mi vida onírica se enriqueció y tuve, inclusive, un pequeño viaje astral. Sabemos que la ayahuasca potencia los estados modificados de conciencia en personas ya propensas a ello, así que me lo tomé como un regalo de la Abuela. Al resto, no. Empezaron a brotar recuerdos embrionarios de mi más temprana infancia, y no había quien me ayudara en esa segunda etapa del "viaje". Le escribí varias veces a mi dador, pero él se empeñaba en juzgarme con la cabeza, y ni una palabra de lo realmente importante: que la ayahuasca había abierto la caja de Pandora, y yo no sabía qué hacer con toda esa información.  Información que hasta entonces había estado dormida en lo más profundo de mi inconsciente. Acabé escribiéndole un e-mail con mi gratitud por la primera toma y mi aceptación de los hechos. Un cierre sin rencores, pensé. Jamás respondió.
No me ayudó él, precisamente, sino una amiga que además de tener un doctorado en psicología clínica es hinduísta. Alguien que en su juventud llegó a dedicar gran parte de su tiempo a la investigación de los estados modificados de conciencia por inducción de alucinogénos. La mención a su oficio no es gratuita: en la selva se necesitarán curanderos, en la ciudad se necesitan psicólogos. Sé que es discutible, ya que en útima instancia lo que se necesita es humanidad. Ella no sólo tiene eso: también tiene vocación, se implica y es responsable. Aunque no pone en cuestionamiento el uso de ayahuasca, se inclina ciento por ciento por el camino de la meditación. La razón es simple: por una parte, no siempre estamos preparados para digerir la información que nos proporciona la experiencia enteógenica; y por la otra, el dador puede no estar preparado para colaborar en el trabajo de posterior integración. Cabe la posibilidad, inclusive, de que el aspirante a psiconauta ni siquiera conozca su patología, aunque la tenga.
No es mi intención despertar sospechas sobre las cualidades sanadoras de la planta, sino puntualizar sobre un aspecto que parece estar embozado. Simplemente, señalar algo que me parece definitivo a la hora de precipitarnos desde el risco que significa la experiencia enteogénica: la ayahuasca es un catalizar, sí, y como tal descorre un tupido velo, sí; y como tal, puede abrir la caja de Pandora. Esto en primer lugar. Sabiéndolo, se hace necesaria una actitud responsable no sólo por parte del aspirante, sino del dador. Que se hacen "encuestas" previas, de acuerdo. Sin embargo, es bien difícil conocer a alguien por una encuesta. ¿Cuánto sabe el dador sobre el aspirante y cuánto el aspirante sobre si mismo?¿Sabe el dador, en todos los casos, lo difícil que se hace diagnosticar a un borderline, por ejemplo, y o a un bipolar?¿Qué efectos produce la ayahuasca sobre estas personas?¿Se conocen las consecuencias que puede desencadenar sobre personas que no han sido diagnosticadas? Hasta ahora no he encontrado respuesta a estos interrogantes.
Importa señalar que el viaje de ayahuasca no acaba cuando se sale del sopor. Al contrario: cuando se sale es cuando realmente empieza. Esto es lo que le da al enteógeno su poder terapéutico. Ya "de regreso", se hará necesario actualizar las bases que estaban aparcadas en las regiones a menudo más recónditas del ser, y hay en ello un trabajo de alquimia donde se ponen a prueba los recursos reales del viajero, confrontándole con el mundo que le rodea.
Pero, ¿qué hay en caso de que esos recursos fallen?¿Contará el viajero con el apoyo del dador, o acaso, con un terapeuta preparado para tal fin en una sociedad donde más se sabe por prejuicio que por experiencia?¿O le dejarán librado a su suerte?¿Se dirá, en todo caso, que la crisis posterior a una toma de ayahuasca no tiene vinculación con la planta, cuando todo el mundo afirma a pie juntillas que la ayahuasca abre puertas que estaban cerradas? El efecto de la planta es un efecto de proceso. Un proceso que a menudo puede ser doloroso, y puede que te pille vulnerable. Es parte del proceso aceptar la intolerancia del sistema. Lo que no tiene justificación, y por tanto resulta incongruente, es la intolerancia o el escaqueo dentro del contexto que la provee.
Para lo único que tendría que estar preparado el viajero es para aceptar la visión, nunca antes tan meridianamente clara, del matiz más oscuro de sombra. Para ello no sólo se requiere voluntad y coraje, sino unos recursos que están sutilmente influenciados por unos factores sociales que a menudo se hacen hostiles a los resultados de la experiencia extática. Sin embargo, ¿qué sentido tendría ese viaje si lo que viene a continuación fuera un camino de rosas? Esto refuerza la necesidad de un apoyo efectivo durante la integración. Yo lo he necesitado. Y si yo lo he necesitado, puede que haya más gente que lo necesite.